Campos de concentración nazis

ESPECIAL EL MUNDO: VIAJE AL HOLOCAUSTO por FERNANDO PALMERO y JOSÉ SÁNCHEZ TORTOSA

Viaje al corazón del exterminio.

localizador2El 27 de enero de 1945, el campo de concentración de Auschwitz fue liberado. La fecha, de la que este año se cumplen 65 años, sirve para recordar a las víctimas del Holocausto. Como homenaje, ELMUNDO.es recorre los lugares olvidados, entra en el corazón del exterminio judío en Polonia.

El 20 de enero de 1942, en una mansión de las afueras de Berlín, en la calle Wannsee, se reúnen jefes de la Gestapo, las SS, técnicos de los ministerios de Interior, Justicia, Relaciones Exteriores, del Partido y otros organismos del Reich alemán. Su objetivo: coordinar las distintas operaciones de exterminio masivo de población judía que se estaban llevando a cabo desde el verano anterior. El 8 de diciembre —un día antes de la fecha inicialmente prevista para la reunión, aplazada probablemente, según varios autores, por la entrada de EEUU en la guerra— había comenzado a funcionar el primer centro de administración de la muerte en la localidad de Chelmno.

Lo que se decide en aquella reunión recibió el eufemístico nombre de Solución Final y su objetivo no era otro que el de la eliminación física de 11 millones de judíos en toda Europa. Para llevarla a cabo, se orquesta la llamada ‘operación Reinhard’, que preveía la instalación de tres centros de exterminio (BélzecSóbibór y Treblinka), esto es, campos no de trabajo ni de concentración, sinolugares en los que las personas eran eliminadas en intervalos de tiempo que no superan las cuatro horas. La experiencia acumulada durante los programas de asesinato de los enfermos mentales y los discapacitados años atrás iba a servir de punto de partida para el nuevo propósito.

Como responsable máximo Himmler nombró al comandante de las SS Odilo Globocnik, y el núcleo de la unidad que éste formó, tal y como expone Israel Gutman, «estaba integrado por efectivos que habían participado previamente en la ‘operación Eutanasia’, que se ocupó del asesinato de enfermos, lisiados, y retrasados mentales alemanes con el objetivo de purificar la raza aria. Esta operación fue interrumpida oficialmente a mediados de 1941, y sus hombres, con experiencia en el asesinato mediante gases, fueron incorporados a la ‘operación Reinhard’».

Para llevar a cabo la orden encomendada, Globocnik utilizó, además, el ya existente campo deMajdanek, junto a la ciudad de Lublin, donde tenía su cuartel general. La operación se dio por terminada en 1943, y durante ese año los objetivos del extermino se habían centralizado ya en Auschwitz, con una cámara de gas, que se amplió con un segundo campo, Birkenau, con cuatro, y un tercero,Monowitz, conformado por una red de casi 50 campos de concentración que abastecían de mano de obra esclava a la Buna, nombre de la fábrica de caucho sintético de la IG Farben, la compañía química más importante de Alemania.

En nuestro viaje visitamos estos seis campos de exterminio, para lo cual recorremos en coche casi1.800 kilómetros durante una semana en el interior de Polonia. Desde Varsovia, nos dirigimos primero a Treblinka; de allí a Lublin, en cuyas cercanías se encuentran Majdanek y Sóbibór; el cuarto campo al que llegamos es Bélzec, luego el complejo de Auschwitz, cerca de Cracovia, y finalmente Chelmno, para volver de nuevo la última jornada a Varsovia.

Treblinka.Never again?

treb01Lo primero es defenderse de los adjetivos. No usarlos para atenuar lo insoportable, para trivializarlo. No parapetarse tras la inercia de valorar. Ceñirse, en lo posible, al sustantivo, al hecho, a la realidad en toda su desnudez. Nos impulsa la necesidad, la urgencia que Platón o la Filosofía —esa arma defensiva que busca comprender— impone: volver al interior de la caverna, de la que nunca se sale del todo, adentrarse en el corazón de las tinieblas, mirar el rostro del horror. Hemos presenciado el primer atisbo de la ausencia: Treblinka.

No queda allí nada más que la torpe mano de la memoria reemplazando con piedras el horror de la Historia, el acto de nadificar, el vacío consumado, el homicidio industrial a gran escala. Donde hubo aniquilación se erige, inevitable y consoladora, la ceremonia de la conmemoración, la liturgia del recuerdo. Triste. Inexorable. «Never again» (Nunca más), reza la inscripción del memorial situado en el lugar en que los judíos fueron gaseados. Y de nuevo, ante la ausencia, en un memorial que se yergue sobre los límites del campo, el recurso de la biblioteca, que nos acompaña en el viaje y que destruye, implacable, la retórica del monumento.

En 1970, Gitta Sereni entrevistó en la cárcel a Franz Stangl, comandante de Sóbibór (de marzo a septiembre de 1942) y Treblinka (de septiembre de 1942 a agosto del año siguiente):

— Entonces, ¿no pensaba que eran seres humanos?
— Carga —dijo con voz apagada—. Ellos eran cargamento.

— ¿Cuándo piensa usted que comenzó a pensar en ellos como en una carga?
—- Creo que comenzó cuando vi por primera vez el Totenlager [la sección del campo en la que se asesinaba a las víctimas]. Recuerdo que Wirth [ayudante de Globocnik y supervisor de Sóbibór, Treblinka y Bélzec] estaba parado allí junto a las fosas repletas de cadáveres azulados. Eso no tenía ninguna relación con la humanidad, no podía tener ninguna relación con la humanidad. Era una masa de carne en putrefacción. Wirth dijo ¿qué haremos con toda esta basura? Creo que esto es lo que me llevó a pensar en ellos como en una carga.
(…)
— ¿Acaso podemos decir que se acostumbró a los aniquilamientos?
(Él pensó un instante).
— Para decir la verdad —dijo lentamente después de pensarlo—, sí, nos acostumbramos al aniquilamiento.

— ¿Tardó días, meses, años?
— Meses, pasaron meses hasta que pude mirar a alguno de ellos a los ojos. Lo reprimía a través del intento de crear un lugar especial: jardines, cuarteles nuevos, cualquier cosa nueva. Peluqueros, sastres, zapateros, carpinteros, había allí miles de cosas para distraer la atención. Utilicé todas.

— ¿Aun así, si lo sentía fuertemente, sin duda había momentos, cuando llegaba la noche, en los que no podía no pensar en eso?
— A fin de cuentas, lo único que ayudaba era la bebida. Todas las noches me llevaba a la cama un vaso grande de cognac y bebía.

Never again?

Majdanek. El ‘jardín de las rosas’

maj01Casi antes de salir de Lublin, en lo que fuera un suburbio de la ciudad, en medio de un inmenso paraje verde, aún permanecen en pie las alambradas, las torres de vigilancia y algunos barracones del campo de trabajo y exterminio por donde pasaron alrededor de 150.000 personas entre 1941 y 1944. Majdanek no formaba parte de los campos puestos en marcha para llevar a cabo la ‘operación Reinhard’, pero en septiembre de 1942 se comienzan a gasear a todos los judíos del gueto de Lublin y de otros guetos de Polonia, Austria, Alemania, Francia, Chequia, Eslovaquia y Holanda.

Los detenidos eran conducidos en tren hasta la estación y caminaban luego un kilómetro y medio hasta el campo. Los cargamentos de prisioneros destinados al trabajo eran seleccionados en el ‘jardín de las rosas’, una plaza situada a la entrada del campo. Despojados de sus pertenencias y desnudos, pasaban ordenadamente a los dos pabellones de desinfección que se levantaban junto a plaza. Al entrar, se les cortaba el pelo, se les daba una ducha y recibían el uniforme de prisionero con el número cosido en la camisa. Todos quedaban clasificados. A cada grupo de personas, definido por criterios carcelarios, raciales, nacionales, ideológicos o religiosos (Testigos de Jehová, delincuentes comunes, homosexuales, prisioneros políticos…) se les ponía un distintivo de distinto color con forma de triángulo invertido para identificarlos. A los judíos se les marcaba con una estrella de David amarilla. Inmediatamente pasaban a instalarse en los barracones de los seis campos (cada uno de ellos albergaba más de 4.500 personas).

Los cargamentos destinados a la muerte, hacían, sin embargo, otro recorrido. Desde la plaza, andaban los escasos cien metros hasta las cámaras de gas, instaladas en la parte trasera del barracón de desinfección masculino en septiembre de 1942. Allí, hacinados y a oscuras en una de las tres cámaras de gas, morían en apenas unos minutos, bien por la inhalación de monóxido de carbono, bien por los efectos del Zyklon B.

Sus cuerpos eran sacados por la puerta trasera de la cámara, apilados en unas parrillas improvisadas (todo en este campo parece extrañamente improvisado) y quemados. El olor debía llegar hasta el mismísimo castillo de Lublin. Quizá por eso, en septiembre de 1943, se construyó un crematorio con cinco hornos alimentados con carbón de coque, diseñados por la empresa K. Kori de Berlín. Las cenizas eran aquí utilizadas como compost para el abono de las plantaciones, ya que el campo, convertido en una rentable base económica, gestionaba una extensa área agrícola, además de proveer de mano de obra para las canteras y las industrias locales.

Bélzec. Adjetivos de piedra

Bélzec es el primer campo diseñado exclusivamente como lugar de exterminio en el marco de la ‘operación Reinhard’ y constituye, así, el prototipo en el que se fijarán los siguientes campos de extermino, ya que fue el primer centro en el que se utilizaron las cámaras de gas estacionarias. Las tres cámaras iniciales comienzan a funcionar el 17 de marzo de 1942, pero en el verano de ese mismo año, el campo se cierra para ampliar su capacidad industrial. De esta forma, se derriba la primera construcción en la que estaban las cámaras y se levanta otra con capacidad para seis. 

Hasta su cierre, un año después, fueron asesinados con monóxido de carbono alrededor de 450.000 judíos. Entre abril y junio de 1943, toda la infraestructura fue destruida y los últimos miembros del ‘Sonderkommando’ fueron trasladados a Sóbibór para su aniquilación. El alto nivel de seguridad impuesto por los alemanes en torno al campo impidió que nadie pudiese escapar. La estructura del campo y su forma de funcionamiento ha sido posible gracias a los testimonios de las tres únicas personas que consiguieron salir de allí con vida, Rabbi Izaak SzapiroChaim Hirszman y Rudolf Reder. Este último, que testificó en la Comisión Especial de Investigación de los Crímenes Alemanes, facilitó los datos suficientes para reconstruir la estructura del campo. En su obra cuenta cómo su fuga fue posible sólo porque, como miembro de los equipos de trabajo que colaboraban con los nazis, pudo salir del campo a recoger un cargamento de planchas metálicas en noviembre de 1942 y aprovechó el descuido de los miembros de la Gestapo que lo custodiaban para escapar.

En un principio, los cuerpos eran enterrados en fosas comunes (se han llegado a contabilizar hasta 33) porque en Bélzec nunca hubo crematorios. Ante la inminencia del cierre del campo, entre enero y abril de 1943, los cuerpos fueron desenterrados y quemados en enormes piras instaladas sobre raíles de tren. El hedor que desprendieron los cuerpos quemados se pudo oler a 25 kilómetros. El campo fue arado, sembrado de pinos y convertido en granja al cuidado de una familia ucraniana.

Hoy, un enorme memorial de forma circular se levanta en el perímetro que ocupó la instalación. Formado por un amasijo alegórico de piedra volcánica circundado por hierros retorcidos y amenazantes, se fractura por la mitad atravesado por un camino que simula el tránsito final de las víctimas hasta la cámara de gas. Es un camino cada vez más profundo, que engulle progresivamente al visitante, empequeñecido a medida que avanza, cada vez más cerca de la nada, sin llegar nunca a ella en el paseo, ni siquiera virtualmente, sin alcanzar más que el efecto fallido de una empatía imposible aquí. Acaso el visitante se vea impresionado por la destreza del artista, pero se ve alejado de la realidad que la conmemoración ritual desplaza. La simbología emotiva ocupa, una vez más, el lugar de lo sucedido. Los memoriales son adjetivos de piedra con los que rememorar sin saber.

Sóbibór. «Las estrellas estaban en el mismo lugar»

sob02Para llegar a Sóbibór hay que atravesar un espeso bosque de álamos y pinos por un camino de tierra. En su entrevista con Laurence Rees, Thomas Toivi Blatt recuerda que Sóbibór era un lugar paradójicamente muy bonito. Seguimos la vía de tren que finaliza en la rampa de descarga de los prisioneros de Sóbibór, hoy casi enterrada por la vegetación, como si el paisaje se empecinara, también, en ocultar lo sucedido. Reconocemos enseguida la secuencia en la que Claude Lanzmann, en ‘Shoah’, entrevista al jefe de estación que vive junto a lo que fue la entrada al campo. Dos niños pasean en bicicleta. Una familia escucha música y prepara una barbacoa mientras ve caer la tarde en su jardín. Al lado, en el lugar en que se encontraban los barracones de los guardias ucranianos, hay un campo de fútbol. La vida cotidiana, la paz y el silencio del lugar, todo parece transcurrir ajeno a la Historia, en una ilusoria atemporalidad. La rutina del tiempo se confabula con la naturaleza (la brisa, el atardecer, la placidez del paisaje, la inocencia pueril de la vegetación, las innumerables tonalidades cromáticas del bosque…) para sepultar bajo la capa de olvido los restos de la catástrofe. Leemos a Laurence Rees:«El proceso [de exterminio de judíos en Sóbibór] en el que Toivi Blatt [superviviente e integrante de la fuga de dicho campo el 14 de octubre de 1943] participó era tan eficiente, tan bien diseñado para evitar todo tipo de trastornos, que 3.000 personas podían llegar, ser despojadas de sus posesiones y prendas de vestir y, finalmente, ser asesinadas en un lapso de menos de dos horas».

Muchos detenidos, sobre todo los que venían de fuera de Polonia, creían que habían sido enviados para trabajar en la industria pesada de guerra alemana. La belleza del paisaje contribuía a disuadirles de pensar en una muerte inminente. El 14 de marzo de 1943, un grupo de ellos, llegados desde Holanda y Francia, fue recibido por una orquesta de música. En la sala donde tenían que dejar sus pertenencias y desnudarse había una mesa con postales para que, quien quisiera, pudiese escribir a sus familiares. Dos horas después, sus ropas habían sido clasificadas, su dinero contabilizado, sus joyas requisadas, las postales, quemadas tras haber anotado los nombres y direcciones, y ellos, también convertidos en cenizas. Blatt, que como otros prisioneros era obligado a participar en el proceso de exterminio, recuerda alguna de aquellas noches vividas en Sóbibór: «Cuando el trabajo hubo acabado, cuando los cuerpos fueron retirados de las cámaras de gas para ser quemados, recuerdo que pensé que era una noche hermosa, estrellada, realmente tranquila … Tres mil personas habían muerto, pero nada había pasado. Las estrellas estaban en el mismo lugar».

Auschwitz.El horror es una cosa familiar

Llegar a Auschwitz I es llegar a un parque temático. Todo un centro de ocio con bares, restaurantes, pizzerías, tiendas, parkings… se extiende a su alrededor como parte del complejo. Nada se deja a la improvisación. El campo, aunque conservado mejor que muchos otros (los barracones están construidos en ladrillo porque formaban parte de un antiguo cuartel del Ejército polaco), está escondido tras la organización de la visita. El visitante no puede acceder a él directamente. Necesariamente ha de pasar por los trámites que impone el Museo. Largas colas para sacar el ticket, otra para recoger los auriculares con los que escuchar al guía obligatorio, y un relato de tres horas que condiciona una visita que además de parcial es apresurada. La cámara de gas y el crematorio I (reconstruidos) son despachados en apenas cinco minutos y apenas una hora basta para concluir la visita de Birkenau (Auschwitz II), a tres kilómetros del primer complejo.

El turista parece no molestarse, más bien al contrario. Se limita a cumplir el ritual de la visita, a conmoverse provisionalmente y tranquilizar su conciencia de hombre civilizado condenando, con obvio lamento, ‘el hecho’ sin necesidad de hacer el esfuerzo de conocer nada de él. Al terminar la visita nada sabrá de lo sucedido, ni sus razones ni sus consecuencias. Y nada más querrá saber ni correrá el riesgo de pensar, habiendo justificado ya su satisfecha complacencia con el billete de entrada, las fotos y demás recuerdos sin memoria. Probablemente no pueda ser de otro modo. Recordará, eso sí, los pasajes de ‘El niño del pijama a rayas’ y algunas secuencias de ‘La lista de Schindler’.

La visita guiada a Auschwitz I termina fuera de las alambradas del recinto penitenciario, en el crematorio I y la horca donde fue ejecutado por las autoridades polacas Rudolf Höss, comandante del campo, juzgado y condenado a muerte en 1947, por crímenes contra la Humanidad. El delito de genocidio no quedaría definido jurídicamente hasta 1948. Desde el patíbulo, puede verse aún hoy levantada, la casa en la que Höss vivió con su familia hasta el final de la Guerra.  Meses antes de su muerte pudo escribir una especie de confesión ante las autoridades británicas. En ella, se limita a constatar su papel de obediente  y más o menos competente burócrata sin maldad en el proceso de exterminio industrial del que fue pieza clave, ciego engranaje según su testimonio:

«Respecto a que el gran público continúe considerándome una bestia feroz, un sádico cruel, el asesino de millones de seres humanos: las masas no podrán tener otra imagen del ex comandante de Auschwitz. Nunca comprenderán que yo también tenía corazón (…). Yo era una inconsciente ruedecilla en la inmensa máquina del Tercer Reich. La máquina se rompió, el motor desapareció: y yo debería hacer otro tanto. El mundo así lo pide».

El hogar, a unos pasos de los barracones, del paredón de fusilamiento. El horror es una cosa familiar…

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Cerca de la casa en la que vivió Rudolf Höss, se instaló el patíbulo donde fue ahorcado en 1947 en cumplimiento de la pena que le impuso el tribunal polaco que lo juzgó por crímenes contra la Humanidad. | Foto: A.M.A.

Chelmo.Los primeros ensayos

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Fotografía, en el museo de Chelmno, de la familia que regentaba el balneario en los años 30, en las escalinatas de entrada | A.M. Almodóvar

Es el último de los campos que visitamos y el primero de los que empiezan a operar como centros masivos de exterminio. En lugar de aparatosos memoriales imponiendo opacidad, Chelmno parece gestionado por la elemental sensatez, ejemplar al tiempo que excepcional, de la investigación arqueológica (cuya segunda fase comenzó en 2001) y el mínimo escrúpulo por los lugares de la Historia. Estudio, descripción e Historia, en lugar de ceremonial, consuelo y memoria. En torno a 150.000 judíos fueron asesinados en cámaras de gas móviles con monóxido de carbono, siguiendo las experiencias de asesinato masivo comenzadas en octubre de 1939 en la ‘operación T4’, destinada a aliviar económicamente el sistema sanitario alemán mediante la eliminación del residuo improductivo y costoso que suponían para el Reich los enfermos crónicos, los enfermos mentales, los epilépticos, los minusválidos… A todos los «incurables» se les aplica lo que llaman una «muerte misericordiosa».

Georges Bensoussan resalta la línea de continuidad entre este primer programa de asesinato masivo y la ‘operación Reinhard’: «La Aktion T4 es la matriz intelectual y técnica del asesinato de masas. La eutanasia y la solución de la cuestión judía se suceden cronológicamente: éstas participan de una misma lógica biológica. La muerte por gaseamiento en Polonia desde septiembre de 1939, induce el procedimiento asesino en uso en el T4 alemán (octubre de 1939), después en el asesinato de masas del pueblo judío (diciembre de 1941). En correspondencia la institución del gueto (1940) y la terapia del hambre a la cual éste es sometido induce esta nueva forma de asesinato utilizada por la Aktion T4 en contra de niños y adultos. En la primavera de 1942, el Estado pone a disposición del general SS Globocnik, responsable de la Aktion Reinhard, el personal técnico de la Aktion T4, en el primer rango del cual figura el capitán Christian Wirth quien va a convertirse en el organizador de los centros de administración de la muerte de Treblinka, Sóbibór y Bélzec. El encierro concentracionario y el genocidio están en la continuación de un pensamiento totalitario biologizante, el de un control absoluto de la vida. La Aktion T4 marca criminalmente el advenimiento del biopoder. El genocidio judío, crimen biológico y crimen de Estado, encuentra ahí directamente su fuente».

Así pues, antes de que comenzase la ‘operación Reinhard’, se pusieron en marcha las pruebas de exterminio en Chelmno, una pequeña localidad en la que sólo vivía una familia judía, pero a donde llegarían los judíos del gueto de Lodz, uno de los más grandes de toda Europa, y otros guetos cercanos, como el de la ciudad de Kolo, y otros muchos de Alemania, Austria, Chequia y Eslovaquia.  El proceso comenzó a funcionar el 8 de diciembre de 1941, un día antes de la fecha prevista para la conferencia de Wannsee.

Imágenes

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Birkenau o Auschwitz II. Vistas del campo de exterminio. | Foto: Alberto Mira Almodóvar

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Auschwitz I . Sótanos del bloque 11, donde se llevó a cabo la primera prueba de exterminio masivo con Zyklon B, con casi 900 prisioneros rusos y polacos encerrados en sus celdas. Debido al éxito de la prueba, se aprovechó la morgue del crematorio del campo para instalar una cámara de gas, la primera de Auschwitz. Foto: A.M.

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Auschwitz I. Sala del crematorio. | Foto: A.M.A

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Birkenau o Auschwitz II. Vistas del campo de exterminio. |Foto: A.M.

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Auschwitz. Interior del barracón donde los prisioneros debían hacer sus necesidades. Las instalaciones son sólo un ejemplo de que el trato que se daba en el campo estaba destinado a la humillación y la aniquilación anímica de los detenidos. | Foto: A.M.

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Auschwitz. Ante la inminente llegada de las tropas de liberación, los nazis intentaron hacer desaparecer las pruebas del exterminio derribando los cuatro crematorios y sus adyacentes cámaras de gas. Hoy sólo pueden visitarse las ruinas de todos ellos. | Foto: A.M.A

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Treblinka. Desde el andén, los detenidos, después de haber sido desposeídos de sus pertenencias, eran conducidos hasta las cámaras de gas, por un camino de apenas 100 metros, donde hoy se alza un monumento construido con bloques de granito colocados de forma similar a los del Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. | Foto: A.M.A

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Treblinka. Parte posterior del monumento donde se encontraba la parrilla en la que fueron incinerados los cadáveres tras ser desenterrados de las fosas comunes. Estos trabajos eran llevados a cabo por prisioneros judíos que eran conducidos luego a las cámaras de gas. | Foto: A.M.A

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Treblinka. El lugar donde estuvieron las fosas comunes fue cubierto por hormigón (unos 22.000 metros) y sobre su superficie se colocaron 17.000 piedras labradas de granito de diferentes tamaños, que simbolizan las lápidas funerarias judías. En 216 de ellas están grabados los nombres de las localidades de donde venían. | Foyo: A.M.A

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Majdanek. Imagen de los hornos crematorios originales. | Foto: A.M.A

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Majdanek. Exterior de los hornos crematorios instalados en Majdanek en 1943 para evitar que la quema de cadáveres se hiciese al aire libre. De esta forma, también se podían recoger mejor las cenizas que eran aprovechadas como compost para las explotaciones agrícolas que gestionaba el campo. | Foto: A.M.A

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Majdanek. Botes de Zyklon B apilados en uno de los almacenes. Utilizado para la fumigación en agricultura y como desinfectante para la ropa de los prisioneros, desde que fuese probado por primera vez en Auschwitz el 3 de septiembre de 1941, demostró ser más eficaz para el exterminio humano que el monóxido de carbono. | Foto: A.M.A

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Majdanek. Con el tiempo, se instalaron en cada barracón, al final del mismo, unos aseos y letrinas que sustituyeron a los colectivos que había en cada uno de los seis campos del complejo carcelario. | Foto: A.M.A

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Belzec. En el lugar donde un día se levantó el campo, ocupando casi todo su perímetro, Andrzej Solyga, Zdzislaw Pidek y Marcin Roszczyk levantaron entre 2002 y 2004 este memorial en recuerdo de las víctimas. | Foto: A.M.A

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Belzec. Aspecto actual de la estación ferroviara de Belzec, en las inmediaciones del campo. | Foto: A.M.A

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Sóbibór. Lugar por el que discurría un tren de vía de estrecha que conducía a los ancianos y los heridos directamente a las cámaras de gas para que el proceso de extermino se desarrollase de la manera más rápida posible. | Foto: A.M.A

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Sóbibór. Vistas del lugar donde estaba situado el campo, y en el que ahora hay un monumento conmemorativo. | Foto: A.M.

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Chelmno. Aspecto actual de los restos del antiguo balneario que servía como centro de clasificación de los detenidos que llegaban al campo. A un lado queda la iglesia, que en alguna ocasión sirvió también como centro de detención. En el otro extremo, el granero, que, en enero de 1945, fue incendiado con los últimos prisioneros. | Foto: A.M.A

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Chelmno. Memorial levantado a la entrada del bosque de Rzuchów por Jósef Stasinski y Jerzy Buszkiwicz en 1964. | Foto: A.M.A

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Chelmno. En el otoño de 1942 se construyeron junto a las fosas comunes dos hornos crematorios en los que se incineraron todos los cuerpos enterrados hasta ese momento y los nuevos judíos gaseados a partir de entonces. | Foto: A.M.A

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