El amigo alemán, (RBA) de Antonio Muñoz Sánchez.

PeticionImagenCAHJHZ6HA mediados de los años sesenta, el SPD decidió asumir hacia la dictadura de Franco una estrategia pragmática y posibilista. En su opinión, la política de aislamiento que defendía la Internacional Socialista desde hacía años no servía ya para contribuir desde el exterior a que España recuperase un día la libertad. En lugar de mantener un cordón sanitario, los países democráticos debían estrechar lazos con España. De esta forma se aceleraría la modernización de aquel país periférico y la configuración de una sociedad civil cuya suave presión minaría el sistema dictatorial y sentaría las bases de la futura democracia. La nueva política hacia España fue tomando forma en la mente de los estrategas del SPD en paralelo a la ostpolitik y no cabe duda de que las dos comparten una base común. El viaje de Fritz Erler a Madrid en abril de 1965 inauguró la estrategia de cambio mediante acercamiento hacia España, cuyo pilar fue la defensa de los intereses del régimen en la CEE.Willy Brandt mantuvo primero como ministro de Exteriores y luego como canciller esta política, aunque evitó los gestos de cercanía con el gobierno de Madrid para no provocar a las bases del partido. Hasta el mismo final de la Era Brandt en la primavera de 1974, el gobierno de la RFA estaba persuadido de que la europeización de España había acelerado la obsolescencia del régimen y que sus dirigentes reformistas encabezados por don Juan Carlos procederían a desmontarlo sin grandes traumas tras la desaparición del anciano sátrapa. Este era un paso necesario para que España optase a ser miembro de pleno derecho de la CEE, objetivo que entretanto se había convertido en el destino manifiesto de la nación ibérica.

La política del SPD hacia España desde 1965 estaba en las antípodas de la propugnada por el PSOE. Para el partido de Rodolfo Llopis, el régimen del 18 de Julio era de naturaleza totalitaria e incapaz por tanto de evolucionar, de forma tal que la democracia sólo podía llegar tras el colapso del sistema, que había de producirse por presión interna y externa. Sostener que el contacto de España con la CEE contribuía a acelerar la llegada de la democracia era para el PSOE una ofensa a la inteligencia. Aunque se cuidaba mucho de expresarlo en público, Llopis pensaba que el SPD había claudicado a los dictados de larealpolitik y a los intereses del capital alemán. Con su política hacia España, los socialdemócratas alemanes contravenían de manera flagrante los acuerdos de la Internacional Socialista y los principios que inspiraban eleuropeísmo democrático. En esencia, tales críticas no se diferencian de las que años más tarde, en un contexto bien distinto y esta vez de manera pública, formularían al canciller Helmut Schmidt y al SPD los disidentes de las dictaduras comunistas y organizaciones tales como Solidarnosc.

Sigue leyendo

José Rizal, Noli me tangere (Ediciones del Viento) Independencia de Filipinas.

Eduardo Riestra. EL PAÍS. 08/05/2012

Foto 1(2)

Decía Manu Leguineche en su Yo te diré…: «Cada vez que paso por Manila sucumbo a la tentación, un poco masoquista, de visitar el Museo Rizal en Intramuros. Allí, en la vieja ciudad amurallada —en lo que queda de ella, en realidad— se respira una paz que el viajero no encuentra en la esquizofrénica Manila. Ese masoquismo, esa autoflagelación son también tentaciones muy filipinas. Ellos sufren porque les matamos a su caudillo, José Rizal; y nosotros nos torturamos porque un capitán general sin escrúpulos, recién llegado, mal aconsejado y equivocado de medio a medio, envió ante el pelotón de fusilamiento a un hombre bueno. Es una carga de la que nunca podremos librarnos».

Manu Leguineche sintetiza en este pasaje un sentimiento que nos ha alejado de un país oprimido como pocos por los españoles de la época, gobernado por curas despóticos y abandonado de la mano de la Reina regente. Rizal era un patriota demasiado bueno y demasiado ingenuo, y el Gobierno español en Filipinas muy cruel y demasiado tonto. El general Polavieja mata a Rizal inútilmente, en 1886, pues tres años más tarde como es público y notorio España pierde Filipinas, Cuba y casi su alma. En Cuba el alter ego de Rizal, José Martí, también médico, también poeta y patriota, muere luchando, pero el filipino ni eso. A Rizal se le acusaba de filibustero, que es como entonces se denominaba a los independentistas de las colonias. Pero Rizal sólo quería ser español, quería que Filipinas ocupara sus escaños en las cortes de Madrid. Se dice que Rizal, licenciado en Filosofía y Letras, estudió Medicina y Oftalmología en Alemania con el único fin de curar a su madre que estaba perdiendo la vista. Eso lo define mejor que cualquier otra cosa. Noli me tangere es la gran novela de Rizal, y también la gran novela filipina del siglo XIX que no pueden leer sus paisanos más que traducida al inglés o al tagalo, paradojas de la vida, pues ya nadie en aquel país habla la l

engua de Cervantes.En Noli me tangere p

arece que Rizal habla de sí mismo: El joven heredero filipino Crisóstomo Ibarra, regresa al archipiélago tras unos años de formación en Europa, habiendo pasado algún tiempo en Suiza y en España. Tras ir conociendo los detalles de la muerte de su padre en la cárcel y las circunstancias de su entierro se va despertando en el hijo un sentimiento de odio hacia el omnipotente padre Damián que acabará por acarrear su perdición.

41Portada NoliPor la novela desfilan todo tipo de colonos corruptos y decadentes, hacendados y rentistas, mujeres con ínfulas que organizan bailes en salones un poco pueblerinos, curas y frailes, dominicos, agustinos, recoletos, pero por encima de todos reina la maldad absoluta de un ser abyecto y despiadado. El citado fray Damián, que simboliza lo peor del colonialismo español en Filipinas. Y todo con un aire de El Gatopardo, con un estilo del naturalismo de doña Emilia, con un aroma de Sthendal en el extremo Oriente. Una novela que se publicó en Gante en 1886 y que se introdujo clandestinamente en la colonia. Una obra subversiva que tuvo su continuación, en 1892, en El filibusterismo. Pero que ya no necesitaba esta secuela.

Sigue leyendo

Palabras huérfanas (Taurus), de Verónica Sierra Blas

Verónica Sierra Blas. EL PAÍS. 12/06/2012

PRESOS EN LA GALERÍA SENTADOS SOBRE LOS PETATES, JOSÉ MANAUT

Adorada Carmina y querido Guillermo:

Extasiado y sumido en la fragancia más pura de mi amor hacia vosotros, en los últimos días de una vida que fue consagrada a adquirir el vuestro, os dedico estas letras emocionadas, cálidas y tiernas. El destino me separa de vosotros, me elimina de la vida; lo afronto con entereza, porque sé que vuestra vida habrá de ser modelo y ejemplaridad, cúmulo de honradez. No os paréis jamás a culpar a nadie de mi suerte. Tú, Carmina, como esposa y madre, cuida y educa a nuestro hijo, hazlo hombre de provecho. Recibe un beso emocionado de Humberto.

Esta es la última carta que desde la Cárcel de El Coto (Gijón), Humberto Alonso escribió a su mujer, Carmina, y a su hijo, Guillermo, la noche del 28 de mayo de 1938, tan sólo unas horas antes de su ejecución. Tenía 26 años y muchas ganas de vivir. Natural de Soto del Barco y pintor de profesión, como su padre, Humberto procedía de una familia «tranquila, apolítica y de pocas palabras», pero el destino quiso que desde muy joven se viera involucrado en distintos acontecimientos que marcaron un antes y un después en la vida de todos los españoles: la Revolución de 1934 y la Guerra Civil. Humberto pisó la cárcel por primera vez poco antes de nacer Guillermo. Con la victoria del Frente Popular en 1936 fue liberado y pudo, por primera vez, coger a su hijo en brazos. Al estallar la contienda combatió en las filas republicanas. Cuando la entrada de las tropas de Franco en Gijón era ya inminente, trató de huir a Francia para reunirse con su familia, que había abandonado Asturias a principios del mes de octubre de 1937. Sin embargo, nunca pudo llegar a su destino. El barco que le conducía a la libertad fue interceptado por un buque italiano y todos los tripulantes hechos prisioneros. Condenado a muerte el 18 de marzo de 1938, desde ese día y hasta su último suspiro escribió varias cartas a sus padres, a sus hermanos, a su mujer y, especialmente, a su hijo, a ese niño del que apenas había podido disfrutar y a quien quiso dejar por escrito todo el amor que no podría darle.

Guillermo Alonso tenía tres años cuando su padre le escribió esas cartas desde su celda de El Coto en los últimos meses de su vida. Sólo pudo leerlas 69 años después. A pesar de que su madre y su tía guardaron las misivas «como oro en paño», éstas se perdieron. Guillermo estuvo buscándolas sin suerte durante mucho tiempo y, de pronto, gracias a una noticia de la prensa local se enteró de que el Museo del Pueblo de Asturias (Gijón) las había casualmente encontrado y rescatado. Allí ha querido que se conserven los originales, para que no vuelvan a extraviarse nunca y para que puedan servir para dar a conocer la historia de su padre y la de todos y todas los que, como él, fueron ejecutados por el régimen franquista. Cuando, por fin, pudo tener las cartas en sus manos, Guillermo copió una a una las palabras de su padre en un cuaderno, para así poder releerlas siempre que quisiera y sentirse, de este modo, más cerca de él. Ha hecho de ellas su credo. Y ha cumplido con su última voluntad: «Cuando seas hombre, acaso te des perfecta cuenta de quién fue tu padre, cómo pensaba y quién lo fusiló […]. Vivid, quereros todos […]. No llevéis el odio como lema, sino la justicia […]. Quereros y amaros hasta el fin de la vida».

La carta que Humberto Alonso escribió a su mujer y a su hijo es sólo una de las miles y miles de misivas que, como última voluntad concedida por las autoridades penitenciarias, los condenados y condenadas a muerte por el Franquismo dedicaron a sus seres queridos en las horas previas a su ejecución. Sin embargo, una vez que los presos y presas eran «bajados a capilla», donde esperaban la llegada del piquete, no siempre pudieron disponer del papel y pluma prometidos. A pesar de tener ese derecho a despedirse de los suyos, se vieron obligados en numerosas ocasiones a ceder ante distintos chantajes para poder escribir a casa, siendo uno de los más habituales tener que confesarse y comulgar antes de morir.

Generalmente, los condenados y condenadas a muerte pasaban sus últimos momentos de vida en compañía de uno o varios religiosos, cuya función principal era asistirles espiritualmente, o dicho de otro modo, «conseguir su conversión para que no murieran en pecado», según afirma en sus memorias el fraile capuchino Gumersindo de EstellaFusilados en Zaragoza, 1936-1939. Tres años de asistencia espiritual a los reos. Cumplir con los santos sacramentos, de hecho, no sólo fue un requisito para poder escribir, sino también, y sobre todo, una exigencia para asegurar la llegada de las cartas a su destino.

CARTA DE HUMBERTO ALONSO A SU MUJER E HIJOLos prisioneros y prisioneras hicieron todo lo posible para defenderse de estas traiciones y abusos. Frente a las cartas escritas en capilla que fueron cursadas por esta vía oficial, aunque no por ello segura, los reclusos y reclusas idearon numerosas estrategias para enviar sus misivas por otros cauces fuera de la legalidad. Entregadas a compañeros y compañeras de presidio que lograrían con el tiempo pasarlas al otro lado de las rejas o escondidas entre los objetos personales que, tras su ejecución, serían devueltos a sus familias, muchas de las cartas de despedida de los condenados y condenadas a muerte consiguieron escapar de censuras y miradas ajenas.

Clandestina u oficialmente, de forma permitida o saltándose las normas establecidas, los presos y presas de Franco hicieron uso de su derecho a escribir siempre que pudieron y no dejaron escapar esta postrera oportunidad que las cartas les brindaban para despedirse de sus seres queridos, dejando así registrados sobre el papel, a modo de testamento, sus últimos pensamientos, sentimientos y deseos. Concebidas en el momento más solemne de sus vidas, con plena lucidez y consciencia, habiendo asumido ya su trágico final, estas misivas fueron empleadas por los prisioneros y prisioneras para hacer balance de lo vivido, demostrar su inocencia, reclamar justicia y defender, además de confirmar, las ideas por las que perdían su vida. Así le escribía Joan Curto Pla a su mujer, Marina Daufí, desde la Cárcel de Pilatos (Tarragona) el 19 de octubre de 1939:

Mi amadísima esposa: No sé cuándo podrán llegar estas líneas a tus manos. Yo ya llevaré algún tiempo en el perfecto descanso […]. Mi conciencia es ahora como un lago de aguas profundas y cristalinas en el que pasan los temporales y borrascas sin agitarlo ni conmoverlo. No me arrepiento de mi vida, ni de cómo pensé, ni de cómo sentí, ni de cómo obré. Mis hijas pueden levantar la cabeza con orgullo y pensar que su padre fue un mártir de un ideal y una víctima de la intransigencia feroz. Les lego mi ejemplo como norma y mi recuerdo como un tesoro de orgullo inapreciable.

Que morían con la conciencia tranquila y sin remordimiento alguno; que su muerte no era consecuencia de la culpa, sino del deber cumplido; eran las claves principales que los condenados y condenadas a muerte debían transmitir en sus escritos para que los suyos pudieran vivir con «la cabeza bien alta» y mantenerles con vida en su recuerdo. Sabedores de que tras su desaparición la escritura cumpliría la función de consolar a sus familiares y amigos, los reclusos y reclusas trataron de ser pródigos en agradecimientos y consejos, y no escatimaron esfuerzos en demostrar su amor a sus seres queridos; un amor que, convertido en una fuerza superior, era ya lo único que tenían para conseguir vencer a la muerte: «Me despido de vosotros -les escribía a sus padres y a sus hermanos Eladio Bustillo Mirones desde la Prisión Provincial de Santander el 23 de octubre de 1939- poniendo en esta despedida todo el cariño que es capaz de sentir un hijo y hermano que tanto os amó en su paso por la vida […]. Recibid el último adiós, hasta la eternidad, todos, impregnado de todo el cariño que siento […], y tener serenidad y paciencia, que algún día disfrutaréis de felicidad».

Los prisioneros y prisioneras construyeron, de este modo, el consuelo sobre el sacrificio, intentando hacer comprender a sus destinatarios que su muerte no era en vano, sino que constituía, en el fondo, un granito de arena más en la construcción de un mundo mejor, lleno de esperanza y de vida, que ellos podrían disfrutar en el futuro. Por eso, porque de lo que se trataba era de seguir adelante, de no mirar atrás, de vivir en paz, el perdón ganó la batalla a la venganza en sus cartas, como bien se refleja en este fragmento de la última que Blanca Brissac, una de las Trece Rosas, le escribió a su hijo Enrique, a lápiz y en papel de seda, desde la Prisión madrileña de Ventas el 5 de agosto de 1939, la madrugada en que fue ejecutada. Apenas unas horas antes, su marido, militante como ella de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), con quien compartía delito y causa, fue igualmente fusilado en las tapias del Cementerio del Este (hoy Cementerio de La Almudena).

Querido, muy querido hijo de mi alma. En estos últimos momentos tu madre piensa en ti […]. Sólo te pido que seas muy bueno, muy bueno siempre. Que quieras a todos, que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres; no, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor y tú tienes que ser un hombre bueno, trabajador. Sigue el ejemplo de tu papachín. ¿Verdad, hijo, que en mi última hora me lo prometes? […]. Enrique, no se te olvide nunca el recuerdo de tus padres […]. Te seguiría escribiendo hasta el mismo momento, pero tengo que despedirme de todos. Hijo, hijo, hasta la eternidad. Recibe después de una infinidad de besos el beso eterno de tu madre, Blanca.

Enrique García Brissac, cuando hace algunos años fue entrevistado por el periodista Jacobo García Blanco-Cicerón, le confesó a éste que guardaba la carta de su madre «como una reliquia». Para Guillermo Alonso, también las cartas de su padre lo son. No resulta extraño que para los destinatarios de estas misivas de despedida, éstas constituyan objetos de culto, casi sagrados. Tampoco lo es que su veneración siga siendo para ellos una obligación que no pueden ni deben dejar de cumplir, porque hacerlo supondría faltar a la promesa de recordar eternamente a quienes ya no están entre nosotros y pidieron, de forma expresa, que no les olvidaran y que se diera a conocer su historia. Si la escritura hizo posible que los condenados y condenadas a muerte se sintieran un poco menos solos en sus últimos instantes de vida, les ayudó a prepararse para morir y actuó como morfina contra el miedo y la angustia, contra la desesperación y la locura, sus cartas son hoy para todos nosotros ejemplos de vida, testimonios inigualables para construir nuestra Historia y para garantizar que sus nombres no se borren nunca de nuestra memoria.

Verónica Sierra Blas es profesora de la Universidad de Alcalá y autora del libroPalabras huérfanas (Taurus).

Catalina de Aragón

La reina que perdió un marido y conservó una cabeza

Tereixa Constenla. EL PAIS.14/06/2012

1930_36Giles Tremlett tiene algo a favor para trazar un retrato desapasionado de una reina, cuya vehemencia alteró la historia: es agnóstico. Catalina de Aragón(1485-1536) pasó a la posteridad con trazos gruesos y deformes. “Más que de la nacionalidad del biógrafo, su visión ha dependido siempre de la religión de los historiadores. Para los católicos es una santa y para los anglicanos, una papista además de mentirosa”, afirma Tremlett, autor de una nueva biografía sobre la infanta española que reinó en Inglaterra y se enfrentó a los deseos del mayor decapitador de cabezas conyugales que ha reinado en Europa, Enrique VIII.

Hay otro aspecto que también equilibra la balanza. Tremlett es un británico que reside desde los noventa en España, como corresponsal de The Guardian. Está al tanto de lo mejor y lo peor de ambos mundos, también de la polarización con la que se ha abordado la figura de la hija de los Reyes Católicos. “Siempre había tenido a Catalina por una persona tímida, pasiva y piadosa, pero Shakespeare la pinta como una mujer fuerte y orgullosa en una de las escenas más impactantes de su obra Henry VII”. Le intrigó ese desajuste y, tras una investigación en archivos ingleses, españoles e italianos, está convencido de que la reina se parece más al retrato literario de Shakespeare que al de muchos historiadores. “Quería corregir la injusta percepción de ella como víctima pasiva de su marido cuando, realmente, tuvo un papel importante en la política inglesa y europea de entonces. Ella sabía perfectamente lo que hacía y tomaba sus decisiones teniendo siempre en cuenta cuáles podrían ser las consecuencias para ella, para Inglaterra y para España”, sostiene el autor de Catalina de Aragón. Reina de Inglaterra, publicado por Crítica.

Catalina de Aragón fue educada para casarse con un heredero, una pieza más en la política matrimonial de los reyes Isabel y Fernando, todopoderosos monarcas de la época. Pese a las rigideces protocolaria y religiosa, las infantas recibieron una formación notable de la mano de Beatriz Galindo y de tutores italianos. “Eran muy cultas, bastante más de lo que se esperaba de la mayoría de las princesas europeas que eran tratadas como moneda de cambio por sus padres”, señala Tremlett. Sabía latín, conocía a los humanistas (acabaría siendo amiga de Luis Vives e impresionando a Erasmo), pero en aquella corte poderosa y nómada –se sucedían los viajes en mula y caballo-, también se empapó de un atmósfera intolerante, donde los autos de fe se habían convertido en espectáculos públicos.

Catalina-de-aragon-ebook-9788498923766

En la Alhambra, tras la expulsión de los reyes nazaríes, vivió los años más estables de su infancia y adolescencia. El biógrafo contrasta la luminosidad y belleza del palacio granadino con el Londres oscuro y hediondo que encontró la infanta, cuando llega para casarse con el heredero del trono, el príncipe Arturo, en 1501. Lo que sucedió entre ambos tras la boda se convirtió a la postre en un asunto capital, al fallecer el príncipe de Gales y convertirse en la prometida de su hermano y sucesor, Enrique.

Los ocho años que mediaron entre ambas bodas fueron tenebrosos por la falta de dinero, motivada por el pulso entre dos avaros: su suegro, Enrique VII, y su padre, Fernando de Aragón, que se resistía a enviar la dote para los segundos esponsales. Catalina vendió tantas joyas y vajillas que “ya no podía costearse sus elevadas necesidades”. El tormento finalizó súbitamente con el fallecimiento del rey inglés. Su hijo de 16 años decidió casarse de inmediato con su cuñada Catalina, de 23. “En comparación con su boda anterior, hubo cierta clandestinidad en la unión”, destaca el biógrafo. Sin embargo, tras ella llegó la fiesta. Catalina y Enrique vivían felices entre justas, torneos, fiestas y encuentros nocturnos. Pero la reina también tuvo un papel político: medió entre España e Inglaterra –dinamitado tras sucesivas traiciones de Fernando el Católico-, llegó a encabezar una ofensiva militar contra los escoceses mientras su marido hacía la guerra contra Francia y gobernó como regente. En 1516, tras varios abortos y bebés fallecidos, nació María, la única hija de la pareja.

767b548ca015bf1444032d462bd17981_1M

Catalina decidió hacer la vista gorda ante los devaneos sexuales de Enrique cuando comenzaron a llegar a sus oídos. Gestionó sus celos mejor que su hermana Juana hasta que al rey no le bastaron los escarceos. Tras 18 años de matrimonio –con su popularidad en aumento- Enrique VIII, deseoso de tener un heredero varón y un placer abierto con una sofisticada dama de su esposa llamada Ana Bolena, decidió plantar sobre la mesa la anulación del matrimonio por un problema de conciencia: ¡se había casado con la viuda de su hermano!

“Si Catalina hubiese aceptado el divorcio”, explica Giles Tremlett, “o el Papa se lo hubiera permitido, Enrique habría seguido siendo un católico muy fiel”. Sin la feroz resistencia de la española, es dudoso el nacimiento de la iglesia anglicana. El biógrafo opina que, como mínimo, no sería “tal y como existe hoy día con la reina de Inglaterra todavía como su jefa suprema”. Y aunque Catalina rozaba el fundamentalismo religioso –“no le habría importado morir como mártir”- , Tremlett niega que estuviese desequilibrada. “Era muy tozuda y algo perfeccionista. Su actitud impresionó a muchísima gente y asustó tanto a Enrique que no se atrevió a hacer lo que luego haría con sus otras mujeres (o sea, matarla)”.

Vicente Talens Inglá, el gobernador que salvó vidas y murió fusilado

Antonio Ramírez Navarro. EL PAÍS19/06/2012

Talens1

Un día antes de ser conducido ante el pelotón de fusilamiento, Vicente Talens Inglá escribía una última postal a su pareja, presa en un campo de concentración francés: «Mi asunto sigue lo mismo. Además de las personas que se ocupan de mí aquí en Valencia, y las de Llaurí, tengo también muy buenos informes de Almería. Se han portado muy bien en mi asunto, no tengo queja». Su asunto, como el de tantos miles de republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas prisioneros en las cárceles franquistas de la primera posguerra, no era otro que el de salvar la vida. Talens Inglá, gobernador de Almería de julio de 1937 a abril de 1938, compartía una celda de doce metros cuadrados en  la cuarta galería de la cárcel Modelo de Valencia, con otros doce reclusos. Entre ellos se encontraba Gonçal Castelló, escritor valenciano que narró el dramático día a día de los presos en su novela testimonialSumaríssim d’urgencia en la que Talens desempeña un papel protagonista con el nombre de Vicente Tamarit.

Para no inquietar a su compañera, que está viviendo también circunstancias dramáticas, en las postales que envía a Francia, el exgobernador se muestra optimista: «Mi sobrino Domingo ya salió en libertad y se interesa de mi asunto mucho, creo que se resolverá bien. Mi asunto es completamente político y por lo tanto no tengo inquietud alguna». Sin duda Talens se refiere al anuncio hecho por las autoridades franquistas sobre que nada habían de temer aquellos que no tuvieran las manos manchadas de sangre. Como delegado del Partido Comunista en la Guardia Popular Antifascista de Valencia, había tenido la oportunidad de interceder a favor de algunas personas perseguidas por el bando republicano y como gobernador había liberado por falta de pruebas a unos 200 presos derechistas.

Nada de ello le sirvió de mucho. Como es sabido, la justicia franquista invirtió la carga de la prueba y por lo tanto era el preso el que debía demostrar su inocencia ante cualquier denuncia que podía llevarle a la cárcel o al paredón. Como la gratitud no es siempre moneda corriente, dos personas a las que había salvado la vida presentaron los cargos más graves contra él. Aunque Talens trataba de mostrarse contento con los informes que sobre su actuación llegan de Almería, de Llaurí, su pueblo de origen, y de la propia Valencia, en su caso pesó más su «asunto completamente político» que, en junio de 1940, bastaba para que cualquier preso acabara formando parte de una de las sacas con dirección a Paterna que hicieron tristemente célebre la cárcel Modelo de Valencia. En su deposición ante el juez, Talens intentó presentarse como «un simple afiliado» del Partido Comunista, pero los que le juzgaron estaban al tanto de su trayectoria y sabían que había sido delegado del PCE en el Consejo Provincial de Seguridad de Valencia en 1937 y gobernador de Almería. Tal como afirmaba el periódico Frente Rojo, «nuestro camarada Vicente Talens Inglá no es un militante cualquiera de nuestro partido». Con semejante historial, las posibilidades de evitar el paredón tendían a cero.

Talens con Pauline y su hija

Además de por su propio proceso judicial, tenía otras razones para sentirse angustiado. Durante el transcurso de la guerra, se había unido sentimentalmente con Pauline Taurinya, esposa del jefe de las Brigadas Internacionales, André Marty. Con ella había tenido en Almería a su única hija, la escritora francesa Pauline Talens-Péri. A diferencia de Talens, que fue capturado por las tropas franquistas en el puerto de Alicante, madre e hija pudieron escapar por Gandía en el barco francés Lynx. Pauline Taurinya, también militante comunista, abandonó al todopoderoso André Marty para seguir a Vicente Talens. Acabada la guerra de España, se instala junto con su hija en la casa familiar de Maureillas, en la Cataluña francesa. Hasta allí llegan las postales de Vicente Talens encabezadas con el ominoso «arriba España, viva Franco» que todos los presos se ven obligados a escribir en sus comunicaciones.

En la primavera de 1940, Hitler lanza su ofensiva contra Francia y los Países Bajos. El 14 de junio los nazis desfilan junto al Arco del Triunfo. En Francia se había puesto en marcha la caza al comunista y Pauline Taurinya, junto con su hermana, su madre, y su hija, que para entonces no ha cumplido los tres años, son conducidas al campo de concentración de Rieucros, en la región de Mediodía-Pirineos. La noticia llega hasta la celda de Talens. «Ayer por la prensa me entero que estáis las tres detenidas, tú, tu hermana, y la madre, no quiero creer en tal noticia, confío en que no es verdad porque ¿qué culpa tenéis vosotras?». Talens, en la misma postal, atribuye la detención al vínculo que unía a su pareja, con la que no llegó a casarse, con André Marty, al que no nombra. «Tú ya no eres la mujer de él, tú eres mi mujer y por lo tanto, no tienes responsabilidad alguna con él».

Talens2

Según Castelló, el que parecía imparable avance nazi va a jugar también un papel en el destino fatal de Talens, puesto que los franquistas celebran cada victoria de los alemanes con sacas cada vez más numerosas. Dos semanas después de la entrada de los nazis en París, en su última postal, Talens pide a su mujer que no deje de escribirle todas las semanas. El 28 de mayo ha sido juzgado y el 20 de junio condenado a muerte. Como tantos compañeros, los denominados xapats en la jerga carcelaria, desconoce cuál será su suerte. En cualquier momento puede llegar la conmutación de la pena capital por una larga condena que a su vez podrá ser redimida en parte por el trabajo.

Pero lo que llega es el fatídico «enterado» del Caudillo. Después de un calvario de más de un año que le lleva del puerto de Alicante al campo de los Almendros, de allí al campo de concentración de Albatera para pasar después al Reformatorio de Adultos de Alicante y ya en agosto de 1939 a la Modelo de Valencia, en la tarde del viernes 28 de junio es conducido, junto a otros compañeros de infortunio, a la población de Paterna donde será fusilado y arrojado a una fosa común.

Y después, el olvido. Talens fue el principal responsable político de los refugios de Almería abiertos al público hace algo más de cinco años. Sin embargo, los turistas que visitan las galerías subterráneas reciben una información tan aséptica que salen convencidos de que las bombas son un fenómeno meteorológico. Es curioso que, a pesar de la afición de los políticos actuales a rubricar con su firma en mármol cualquier edificio público, estatua o rotonda, por espantosa que sea, no se haya incluido la menor mención ni una triste foto del hombre que impulsó la construcción de los refugios, salvó la vida de cientos de almerienses, enemigos políticos incluidos, y recibió en pago las balas del pelotón de ejecución.

No menos extraño es que, a pesar de contar con una de las trayectorias más singulares del comunismo español, Talens apenas haya merecido un par de párrafos en algunas monografías de historia local. Tras sus comienzos como agitador anarcosindicalista en Valencia, vivió en Barcelona los años del pistolerismo, y participó en el falso atentando de 1922 contra Martínez Anido. Sabiéndose perseguido por la policía se exilió en París. Allí ingresó en la masonería, en la misma logia que Ramón Franco, y posteriormente en el Partido Comunista Francés. Fue modelo de desnudo artístico y bailarín profesional, seguidor de la escuela de Isadora Duncan.

Tras la proclamación de la República, volvió a Valencia e ingresó en el PCE. Siguió posando como modelo en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos y para escultores como Rafael Pérez Contel y Eugenio Carbonell. En el patio gótico de la Diputación de Valencia se conserva la escultura de un arquero desnudo. Expulsado de la historia pero invitado mudo a una sucesión de recepciones con canapés, Talens aguarda en un rincón del patio. Seguramente los comensales ignoran que el modelo de esa estatua fue un gobernador comunista fusilado a pocos kilómetros de allí.

Antonio Ramírez Navarro, periodista y sociólogo, es autor del libro La fuerza de los débiles (Instituto de Estudios Almerienses).

Relato del lado oscuro del FBI

Guillermo Altares. 12/09/2012. EL PAIS.

Autor de una excelente historia de la CIA, Legado de cenizas, publicada hace tres años por Debate, el periodista estadounidense Tim Weiner continúa sumergiéndose en los confines, cañerías y cloacas de los servicios de inteligencia de EEUU. La nueva investigación de este antiguo reportero de The New York Times, experto en espionaje y ganador del premio Pulitzer, esEnemigos. Una historia del FBI, que mañana llega a las librerías y queBabelia y  elpais.com ofrecen un adelanto.

Lo original del planteamiento de Weiner es que no se limita a contar el inmenso poder de John Edgar Hoover, que dirigió el FBI durante casi 40 años y que fue uno de los personajes más retorcidos y polémicos de la historia reciente de EEUU. Hay otros libros sobre Hoover –muy recomendable Oficial y confidencial de Anthony Summers– y hasta una película de Clint Eastwood. También hay decenas, veáse cientos, de obras sobre los casos policiales del FBI. Sin embargo, Weiner ofrece un ángulo nuevo: la agencia, en realidad, fue un servicio de inteligencia secreta, para perseguir a los enemigos de Estados Unidos en el interior del país.

El propio Weiner explica que su libro, además de ser una investigación histórica, es también una reflexión sobre el equilibrio entre libertad y seguridad. Cuando acaba de celebrarse un nuevo aniversario del 11S, un atentado que provocó una de las mayores ofensivas contra la libertad individual en EEUU por parte del Gobierno de George W. Bush, este libro se vuelve especialmente importante, porque explica que el espionaje interior no ha sido una excepción sino una regla, a veces con el apoyo del Gobierno, a veces generando profundosconflictos, como ocurrió con los Kennedy.

Enemigos. Una historia del FBI

PUEDES LEER AQUÍ EL AVANCE DEL LIBRO. «Un hombre peligroso»

Casas Viejas, ochenta años después

Julián Casanova. 10/01/2013. EL PAIS

6a00d8341bfb1653ef017ee72eb884970d

Forenses y periodistas, ante los cadáveres de Casas Viejas en enero de 1933.

 Cuando llegó la República, el 14 de abril de 1931, la CNT apenas tenía veinte años de historia. Era el único sindicalismo revolucionario y anarquista, de acción directa, independiente de los partidos políticos, que quedaba ya en Europa. Aunque muchos identificaban a esa organización con la violencia y el terrorismo, en realidad eso no era lo más significativo ni más sorprendente de su corta historia. El mito y la realidad de la CNT se había forjado por otros caminos, por el de las luchas obreras y campesinas, un sindicalismo eficaz que ganaba conflictos a patronos intransigentes con los trabajadores.

La CNT mantuvo relaciones muy difíciles con la República. Aprovechó las libertades y esperanzas de los primeros momentos para fortalecer la organización. Pero la luna de miel con la República duró poco. La República llegó a España en medio de una crisis económica internacional sin precedentes y aunque los factores económicos, como han mostrado los especialistas, no determinaron su trágico final, sí que complicaron el gobierno y la puesta en marcha de las reformas. La lucha por el control del trabajo disponible, por el reparto del espacio sindical, y la confrontación en torno a los jurados mixtos, el entramado corporativo propuesto por Francisco Largo Caballero desde el Ministerio de Trabajo, constituyeron los hilos conductores básicos de la agitación anarquista, de las huelgas planteadas y de los duros enfrentamientos entre los dos sindicalismos, el de la UGT y el de la CNT, ya arraigados entre las clases trabajadoras.

Las movilizaciones anarquistas, y los conflictos en el campo y en las ciudades, ofrecieron muy pronto la oportunidad de comprobar que las fuerzas del orden, en especial la Guardia Civil, actuaban con la misma brutalidad que con la Monarquía. En el primer año de la República hubo decenas de conflictos que se extendieron por áreas de latifundio, como Badajoz, o por zonas de pequeña propiedad y de aparente calma, como en Arnedo (La Rioja) y Épila (Zaragoza), que provocaron abundantes muertos, resultado casi siempre de choques con la Guardia Civil, que disparaba a concentraciones y manifestaciones de trabajadores ante la pasividad de algunas autoridades gubernativas.

El sector más puro del anarquismo encontró en los muertos y la represión un resorte para la movilización contra la República. Y fue a partir de enero de 1932, tras los sucesos de Arnedo, que dejaron once muertos, cuando esa retórica sobre el derramamiento de “sangre proletaria” se incorporó a los medios de difusión anarquista. De la protesta se pasó a la insurrección. Tres tentativas de rebeldía armada en apenas dos años, incitadas por militantes anarquistas y que contaron con algún apoyo obrero y campesino.

6a00d8341bfb1653ef017ee72eca5f970d

Miembros de la comisión parlamentaria, en Casas Viejas.

Lo que sucedió en enero de 1933 tuvo consecuencias políticas de largo alcance. El día 8 de ese mes, el Comité Regional de Defensa de Cataluña provocó una insurrección que se extendió, con poco éxito, por algunos pueblos del País Valenciano y Aragón. Cuando ya estaba sofocada, comenzaron a llegar las noticias de disturbios en la provincia de Cádiz. El 10 de enero, el capitán Manuel Rojas recibió la orden de trasladarse desde Madrid a Jerez con su compañía de asalto para poner fin a la rebeldía anarquista. Pasaron la noche en el tren. Cuando llegaron a Jerez, la línea telefónica había sido cortada en Casas Viejas, una población de apenas dos mil habitantes a diecinueve kilómetros de Medina Sidonia. Grupos de campesinos afiliados a la CNT tomaron posiciones en el pueblo la madrugada del 11 de enero, siguiendo las instrucciones de los preparativos que se habían hecho por anarquistas de la comarca de Jerez, y cercaron con algunas pistolas y escopetas el cuartel de la guardia civil. Tres guardias y un sargento estaban dentro. Tras un intercambio de disparos, el sargento y otro guardia resultaron gravemente heridos. El primero murió al día siguiente; el segundo, unos días después.

A las dos de la tarde de ese 11 de enero, doce guardias al mando del sargento Anarte llegaron a Casas Viejas. Liberaron a los dos compañeros que quedaban en el cuartel y ocuparon el pueblo. Muchos campesinos, temerosos de las represalias, huyeron. El resto se había encerrado en sus casas. Unas horas después, cuatro guardias civiles más y doce de asalto, mandados por el teniente Fernández Artal, se unieron a los que ya habían controlado la situación. Con la ayuda de los dos guardias que conocían a los vecinos del pueblo, el teniente comenzó la búsqueda de los rebeldes. Cogieron a dos y los golpearon hasta que señalaron a la familia de Francisco Cruz Gutiérrez, Seisdedos, un carbonero de setenta y dos años que acudía de vez en cuando al sindicato de la CNT pero que no había participado en la insurrección. Sí que lo habían hecho dos de sus hijos y su yerno que se refugiaron, tras el cerco del cuartel, en su casa, una choza de barro y piedra muy delgada.

El teniente ordenó que forzaran la puerta de la choza. Respondieron con disparos desde dentro y un guardia de asalto cayó muerto. A las diez de la noche llegaron refuerzos con granadas, rifles y una ametralladora. Empezaron el asalto con poco éxito. Unas horas después, se les unió el capitán Rojas, con cuarenta guardias de asalto, a quien Arturo Menéndez, director general de Seguridad, había ordenado se trasladara desde Jerez a Casas Viejas para acabar con la insurrección y «abrir fuego sin piedad contra todos los que dispararan contra las tropas».

Rojas mandó incendiar la choza. En ese momento, algunos de sus ocupantes ya estaban muertos por las balas de los rifles y las ametralladoras. Dos fueron acribillados cuando salían huyendo del fuego. María Silva Cruz, La Libertaria, nieta de Seisdedos, salvó la vida al llevar un niño en brazos. Ocho muertos fue el saldo; seis de ellos quedaron calcinados dentro de la choza, entre quienes se encontraban Seisdedos, dos de sus hijos, su yerno y su nuera. Amanecía un nuevo día, 12 de enero de 1933.

Rojas envió un telegrama al director general de Seguridad: «Dos muertos. El resto de los revolucionarios atrapados en las llamas». Le informaba también que continuaría con la búsqueda de los dirigentes del movimiento. Envió a tres patrullas a registrar las casas, acompañados por los dos guardias del cuartel de Casas Viejas. Nada más empezar, mataron a un viejo de setenta y cinco años que gritaba «¡No disparéis! ¡Yo no soy anarquista!». Apresaron a otros doce, de los cuales sólo uno había tomado parte en el levantamiento. Esposados, los arrastraron hasta la choza de Seisdedos. El capitán Rojas, que había estado bebiendo coñac en la taberna, empezó el tiroteo, seguido por otros guardias. Asesinaron a los doce. Poco después, abandonaron el pueblo. La masacre había concluido. Diecinueve hombre, dos mujeres y un niño murieron. Tres guardias corrieron la misma suerte. La verdad de los hechos tardó en conocerse, porque las primeras versiones situaban a todos los campesinos muertos en el asalto a la choza de Seisdedos, pero la Segunda República ya tenía su tragedia.

Decenas de campesinos fueron arrestados y torturados. El Gobierno, dispuesto a sobrevivir al acoso que desde la izquierda y la derecha emprendieron contra él por la excesiva crueldad con la que se había reprimido el levantamiento, eludió responsabilidades. «No se encontrará un atisbo de responsabilidad para el Gobierno», declaró su presidente, Manuel Azaña, en el discurso a las Cortes del 2 de febrero de ese año. «En Casas Viejas no ha ocurrido, que sepamos, sino lo que tenía que ocurrir”. Frente a «un conflicto de rebeldía a mano armada contra la sociedad y el Estado», él no tenía otra receta, les repitió varias veces a los diputados, aunque se corriera el riesgo de que algún agente del orden pudiera excederse «en el cometido de sus funciones». En cualquier caso, dijo ante el mismo escenario el 2 de marzo, en la política social del gobierno no estaban los orígenes de esas rebeliones contra el Estado, contra la República y contra el orden social: «Nosotros, este Gobierno, cualquier Gobierno, ¿hemos sembrado en España el anarquismo? (…) ¿Hemos amparado de alguna manera los manejos de los agitadores que van sembrando por los pueblos este lema del comunismo libertario?».

Pese a que algunos periódicos como ABC aplaudieron inicialmente el castigo dado a los revolucionarios, la animadversión desde las fuerzas de la derecha al Gobierno creció a palmos a partir de ese momento. La CNT, que lo único que sacó de aquellos hechos fueron más mártires para la causa, quedó muy dividida y debilitada, pero el gobierno republicano-socialista acabó desprestigiado y herido de muerte.

La oposición de la CNT privó a la República de un apoyo social fundamental. El radicalismo anarquista, no obstante, aunque contribuyó a extender la cultura del enfrentamiento, no fue el único movimiento, ni el más potente, que obstaculizó la consolidación de la República y de su proyecto reformista. Los grupos dominantes desplazados de las instituciones políticas con la llegada de la República reaccionaron muy pronto. En Casas Viejas, la brutalidad de los mecanismos de represión del Estado quedó al desnudo. Los gobiernos republicanos no s

No supieron, o no pudieron, adaptar la administración de las fuerzas de orden público a un régimen democrático. Y vista así la historia, no es casualidad que el golpe de muerte a la República se lo dieran, en julio de 1936, desde dentro, desde el propio seno de sus mecanismos de defensa.

Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.