Guerra de las Malvinas, 1982

El 26 de marzo de 1976, el general Jorge Rafael Videla encabezó el golpe militar que derrocó a ‘Isabelita’ Perón e instauró un régimen de terror que segó la vida de 30.000 personas. Jaqueada por la movilización social, la dictadura intentó una huida hacia adelante con la ‘recuperación’ de las islas Malvinas el 2 de abril de 1982. El patriótico ‘balón de oxígeno’ sólo le daría un año más de vida.

Treinta años después de la guerra de los 73 días que, entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, enfrentaron a Argentina y a Reino Unido por el control de las Malvinas, las más de 700 islas que forman el archipiélago controlado por los británicos desde 1833, en su mayor parte desiertas, están mejor defendidas que nunca. Con unos 1.300 soldados, uno de los destructores más modernos (el Dauntless) de camino, un submarino nuclear (seguramente sin ojivas) y un escuadrón de aviones Typhoon, Reino Unido deja claro que no tiene ninguna intención de negociar la soberanía y, mucho menos, de ceder su control.

Oriente Próximo

01La ‘Tierra prometida’ no logra encontrar la paz. Árabes y judíos arrastran ya 60 años de conflicto, desde que, el 14 de mayo de 1948, se proclamase el Estado de Israel. Durante más de medio siglo, la política israelí de mano dura y el azote del terrorismo palestino han convertido el día a día de Oriente Próximo en la crónica de una contienda perpetua. La imagen deja constancia del horror: un soldado israelí vigila a un niño que pretende inmolarse con un cinturón de explosivos. El conflicto se remonta a 1947, cuando Gran Bretaña decidió abandonar Palestina, donde ya existían enfrentamientos entre los árabes autóctonos y los judíos que se habían asentado allí con la esperanza de crear un ‘hogar nacional’. El problema quedó en manos de la ONU, que dictó una solución el 29 de noviembre de ese mismo año con un plan de partición del territorio en dos zonas. Se creó así la situación idónea para que, el 14 de mayo de 1948, David Ben Gurion hiciese oficial el nacimiento de un nuevo Estado.

(Foto: AP)

Especial El mundo.

Budapest, 1944

Ferenc Szalasi, líder del partido fascista húngaro, a punto de ser colgado en 1946. / Getty

JULIÁN CASANOVA

El 19 de marzo de 1944 Hungría fue ocupada por los nazis. El país llevaba treinta años de trauma, crisis e insoportables dificultades. Había comenzado la Primera Guerra Mundial en el verano de 1914 formando parte dominante del gran imperio de la monarquía de los Habsburgo y la acabó derrotada, con una paz impuesta por los poderes vencedores en el tratado firmado en el edificio Trianon de Versalles, por el que perdió dos tercios de su territorio y la mitad de su población.

Ese trauma, que tuvo un impacto profundo entre las elites políticas, intelectuales y militares, no quedó ahí. Desarmada, aislada políticamente, con una economía deshecha, y odiada por sus vecinos, Hungría vivió una posguerra turbulenta, con una revolución comunista, dirigida por Béla Kun, que puso en marcha durante unos meses de 1919 una República soviética, echada abajo por los terratenientes y el ejército rumano, y que dio paso a la dictadura del almirante Miklós Horthy, la primera de corte derechista que se estableció en Europa.

El largo período de gobierno autoritario y ultranacionalista de Horthy, mantenido sin demasiados problemas durante sus primeros veinte años, dio un cambio radical con su decisión de meter a Hungría en la Segunda Guerra Mundial al lado de la Alemania nazi en abril de 1941. Horthy, ferviente anticomunista, llevaba ya un tiempo inclinado ante Hitler, esperando recuperar algunos territorios perdidos en Trianon y anexionados a Checoslovaquia y Rumania. Y así fue, aunque la guerra a cambio fue desastrosa. Si la primera de esas guerras mundiales había resultado traumática para Hungría, la segunda la superó. Decenas de miles de soldados húngaros murieron en el frente ruso y los bombardeos aliados causaban estragos en las ciudades. Tres años después de entrar en ella, el descontento crecía y Horthy inició conversaciones secretas para rendirse a los aliados. La respuesta de Adolf Hitler fue la “Operación Margarita”, la invasión de Hungría, para asegurar el absoluto control del país.

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