Melchor de Macanaz (Hellín, 1670-1760)

Carmen Martín Gaite El proceso de Macanaz, Siruela

PeticionImagenCAK7HHVHEn el hilo creativo de Carmen Martín Gaite(Salamanca, 1925-Madrid, 2000) hay una década de sospechoso silencio. Entre las novelas Ritmo lento yRetahílas discurren 11 años, de 1963 a 1974, sin que la escritora suelte palabra. Literaria. En ese tiempo, luego se sabría, cayó en el agujero negro de los archivos históricos, capaces de absorber la atención hasta anular vidas y voluntades de cualquiera que sienta curiosidad por un trocito del pasado. Martín Gaite se fascinó por Melchor de Macanaz, un ministro de Felipe V, el primer Borbón que reinó en España, que acabaría siendo perseguido, desterrado y encarcelado por la Inquisición. Macanaz, piadoso hasta el meapilismo en sus años de estudiante de Derecho en Salamanca, defendió como asesor real la primacía del gobierno del monarca, lo que en la práctica significaba un recorte del inmenso poder del que disponía el Santo Oficio a comienzos del siglo XVIII.

Melchor-macanaz

Macanaz era un perfecto desconocido cuando Martín Gaite se encontró con él en la obra Historia del reinado de Carlos III, de Antonio Ferrer del Río. Solo Menéndez Pelayo le había incluido en su Historia de los heterodoxos. Y ya. Cuando el hispanista Henry Kamen publicó en 1969 su obra sobre la Guerra de Sucesión, recuerda el académico y filólogo Pedro Álvarez de Miranda, se sorprendió ante el hecho de que nadie hubiera escrito la biografía de Macanaz. “Lo que Kamen no sabía entonces es que en ese mismo año una animosa escritora –que no historiadora profesional- había puesto el punto final precisamente a una biografía del personaje, a la que había dedicado seis años de trabajo”, escribe Álvarez de Miranda en el prólogo de El proceso de Macanaz, el ensayo escrito por Martín Gaite que ha reeditado Siruela en su biblioteca de la escritora. Ella le sacó del olvido, antes de que el olvido volviera a por él. “Nadie se había atrevido con él”, destaca el prologuista, “nadie ha vuelto a hacerlo después, tampoco”.

Carmen Martín Gaite se atrevió por fascinación: “Mi curiosidad por completar tan confusa y arrinconada historia fue creciendo tan ardientemente que el deseo de ahondar en el inexplicable proceso que llevó a Macanaz a la fama, al destierro, a la cárcel y a la muerte, llegó a sustituir en mí a todo otro proyecto intelectual”. Al principio, según contó ella misma en una introducción a la obra, no perseguía escribir la biografía del político reformista, al que define como un ser ajeno a la realidad y de “imposible clasificación”, si no aclarar las causas que le llevaron a caer en desgracia y al exilio.

Sigue leyendo

El tesoro de La Mercedes y Odyssey

“Me salvé asido a un trozo de proa” .El relato de supervivientes permite reconstruir el combate de 1804 entre España e Inglaterra en el que se hundió el tesoro que recuperó Odyssey

Ilustración de la explosión de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes (1804), hundida por los ingleses. / LIBRO HISTORIA DE LA MARINA REAL ESPAÑOLA

Durante dos horas y cuarto, Pedro Afán de Ribera permaneció en el agua sobrecogido, aferrado a un trozo de la proa con el único brazo posible, el izquierdo, tras haber perdido el derecho en la explosión de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes. El navío acababa de irse a pique con un tesoro de vidas (se salvaron apenas medio centenar de sus casi 300 tripulantes y pasajeros) y haciendas, incluido medio millón de monedas de oro y plata que dos siglos después extraería del fondo del mar una empresa de cazatesoros llamada Odyssey.

Pedro Afán de Ribera ignoraba aún que era el único oficial que había sobrevivido a la voladura de la fragata. Pero en esas horas aciagas del 5 de octubre de 1804, mientras continuaba el combate entre cuatro embarcaciones inglesas y la disminuida escuadra española frente al cabo de Santa María, a la altura de la costa del Algarve, cuando ya avistaban la sierra portuguesa de Monchique, el teniente de navío Pedro Afán de Ribera solo debió pensar que su vida se había acabado.

El ataque inglés le sorprendió en el castillo de la cubierta pasadas las 9.30. Un solo cañonazo. Certero. En la diana: el corazón de la santabárbara, el lugar donde se depositaba la pólvora del barco. La Mercedes voló por los aires sin que sus 34 cañones hubieran siquiera abierto fuego.

La cruda crónica de lo ocurrido fue firmada por el propio Pedro Afán de Ribera en una carta al rey Carlos IV, mediante la que solicitó un ascenso que le permitiese pasar sus últimos años con cierta dignidad tras el desastre que le había arruinado, física y económicamente. El documento, junto a los usados en este artículo, se conserva en el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán y es una de esas joyas testimoniales que ha salido a flote gracias al pleito entre España y Odyssey por la propiedad de La Mercedes.

Como en todas las tragedias, el azar había repartido cartas marcadas. Afán de Ribera, embarcado hasta entonces en otra fragata, recibió la orden de transbordar a La Mercedes para la travesía que zarpó de Perú con “caudales” de la Hacienda real y particulares. Godoy había recomendado fletar una flota de guerra al ministro de Marina, Domingo de Grandallana, en septiembre de 1802 dada la inseguridad en la navegación, con Inglaterra al acecho. Un sabio consejo, que resultaría insuficiente: los ingleses apresaron las fragatas FamaClara y Medea y volaron La Mercedes.

“Solo tuvo la fortuna de salvarse milagrosamente el suplicante de la primera”, escribe el oficial Afán de Ribera, que relata su tragedia en tercera persona, “y como 48 hombres de la segunda, habiendo estado debajo del agua con parte de la artillería del castillo (cuyo puesto cubría) y otros fragmentos sobre sí (…) y después asiendo un trozo de la proa, se sostuvo sobre él como dos horas y cuarto, hasta que finalizado el combate, lo recogieron, habiendo padecido extraordinariamente, de cuyas resultas ha quedado cojo con parte del pie izquierdo menos, manco del brazo derecho por la clavícula, con un afecto al pecho continuado, y en general toda su máquina trastornada”.

El teniente suplica al monarca un ascenso a capitán de fragata para elevar su “retiro” y compensar la pérdida de sus ahorros (“se halla en una indigencia tal que le han cubierto las carnes sus compañeros de limosna”, se conduele) y un traslado a Montevideo por beneficiarle para sus achaques. Carlos IV accede a ambas peticiones el 23 de junio de 1805.

No fue el único testimonio de la batalla. Miguel de Zapiaín, a bordo de la Fama, aportó una minuciosa reconstrucción. A las 6.30 los españoles habían divisado cuatro navíos ingleses y habían mantenido el rumbo “con una confianza que daba conocer la ninguna sospecha que tenía nuestro general de un rompimiento de guerra con la Inglaterra”. Pero a las 7.30 se toca a zafarrancho. Las fragatas inglesas se sitúan estratégicamente, a barlovento de las españolas, a una “distancia de algo menos de medio tiro de cañón” (unos 50 metros). “El comodoreinglés envió un oficial a bordo de la Medea, cinco minutos después tiró el mismo comodore un cañonazo con bala que pasó entre la Clara y La Mercedes, a los 15 minutos tiró otro cañonazo sin bala llamando según comprendimos a su bote”.

En ese tiempo, prosigue el relato, La Mercedes se había “sotaventeado bastante”, lo que hizo sospechar a los ingleses que pretendía huir. Poco después de las 9.30, tras el regreso del bote inglés a su fragata, los ingleses abrieron fuego. “La primera descarga nos hizo mucho daño (…) sin embargo ya habíamos contado con la primera descarga cuando de repente oímos una fuerte explosión. Creímos un instante que había sido la Medea, pero poco después conocimos que había sido La Mercedes”. No tardaron en arriarse las banderas españolas en dos fragatas. La tercera, Fama, trató de defenderse y huir a pesar de los daños y las bajas. “Seguimos el fuego esperando zafarnos de un enemigo bien superior a nosotros y de quien nos hubiéramos burlado si después de la rendición de nuestros buques no se hubiese destacado otra fragata inglesa que nos alcanzó a la hora y media”. Fama aún combatió hasta pasado el mediodía, cuando arrió la bandera y pudo contar sus bajas: 11 muertos, 40 heridos, cinco pies de agua en la bodega y timón y piezas auxiliares rotas. Un amargo anticipo de lo que aguardaba un año después: Trafalgar.

TEREIXA CONSTENLA Madrid 3 FEB 2012

 

El tesoro de ‘La Mercedes’ se deposita en Cultura. 

Las 595.000 monedas y otros objetos rescatados aterrizan a bordo de dos Hércules

Las 595.000 monedas serán ahora estudiadas por especialistas en numismática, que también decidirán sobre su proceso de limpieza y conservación. No todas tienen el mismo grado de deterioro. Una vez finalizada esta fase, Cultura elaborará un plan museografico para decidir el destino de las monedas. Dada la cantidad de monedas, es probable que se distribuyan entre varios museos, según fuentes de Cultura.

El cargamento de La Mercedes aterrizó hoy a bordo de dos aviones Hércules en la base aérea militar de Torrejón de Ardoz (Madrid) procedentes de la base de las Fuerzas Aéreas de MacDill, en Tampa (Florida). La posesión de las monedas y demás objetos extraídos del pecio donde se hundió la fragata española, tras ser volada por un buque de guerra inglés en 1804, desató un litigio judicial entre la empresa de cazatesoros Odyssey, que recuperó el tesoro del fondo del mar en 2007, y el Estado español. En el proceso judicial también se personaron inicialmente descendientes de familiares de comerciantes que transportaban su dinero en La Mercedes, pero la demostración de que todos los perjudicados habían sido indemnizados tras la voladura fue una de las razones que les cerró la vía para reclamar derechos sobre el tesoro.

Catalina de Aragón

La reina que perdió un marido y conservó una cabeza

Tereixa Constenla. EL PAIS.14/06/2012

1930_36Giles Tremlett tiene algo a favor para trazar un retrato desapasionado de una reina, cuya vehemencia alteró la historia: es agnóstico. Catalina de Aragón(1485-1536) pasó a la posteridad con trazos gruesos y deformes. “Más que de la nacionalidad del biógrafo, su visión ha dependido siempre de la religión de los historiadores. Para los católicos es una santa y para los anglicanos, una papista además de mentirosa”, afirma Tremlett, autor de una nueva biografía sobre la infanta española que reinó en Inglaterra y se enfrentó a los deseos del mayor decapitador de cabezas conyugales que ha reinado en Europa, Enrique VIII.

Hay otro aspecto que también equilibra la balanza. Tremlett es un británico que reside desde los noventa en España, como corresponsal de The Guardian. Está al tanto de lo mejor y lo peor de ambos mundos, también de la polarización con la que se ha abordado la figura de la hija de los Reyes Católicos. “Siempre había tenido a Catalina por una persona tímida, pasiva y piadosa, pero Shakespeare la pinta como una mujer fuerte y orgullosa en una de las escenas más impactantes de su obra Henry VII”. Le intrigó ese desajuste y, tras una investigación en archivos ingleses, españoles e italianos, está convencido de que la reina se parece más al retrato literario de Shakespeare que al de muchos historiadores. “Quería corregir la injusta percepción de ella como víctima pasiva de su marido cuando, realmente, tuvo un papel importante en la política inglesa y europea de entonces. Ella sabía perfectamente lo que hacía y tomaba sus decisiones teniendo siempre en cuenta cuáles podrían ser las consecuencias para ella, para Inglaterra y para España”, sostiene el autor de Catalina de Aragón. Reina de Inglaterra, publicado por Crítica.

Catalina de Aragón fue educada para casarse con un heredero, una pieza más en la política matrimonial de los reyes Isabel y Fernando, todopoderosos monarcas de la época. Pese a las rigideces protocolaria y religiosa, las infantas recibieron una formación notable de la mano de Beatriz Galindo y de tutores italianos. “Eran muy cultas, bastante más de lo que se esperaba de la mayoría de las princesas europeas que eran tratadas como moneda de cambio por sus padres”, señala Tremlett. Sabía latín, conocía a los humanistas (acabaría siendo amiga de Luis Vives e impresionando a Erasmo), pero en aquella corte poderosa y nómada –se sucedían los viajes en mula y caballo-, también se empapó de un atmósfera intolerante, donde los autos de fe se habían convertido en espectáculos públicos.

Catalina-de-aragon-ebook-9788498923766

En la Alhambra, tras la expulsión de los reyes nazaríes, vivió los años más estables de su infancia y adolescencia. El biógrafo contrasta la luminosidad y belleza del palacio granadino con el Londres oscuro y hediondo que encontró la infanta, cuando llega para casarse con el heredero del trono, el príncipe Arturo, en 1501. Lo que sucedió entre ambos tras la boda se convirtió a la postre en un asunto capital, al fallecer el príncipe de Gales y convertirse en la prometida de su hermano y sucesor, Enrique.

Los ocho años que mediaron entre ambas bodas fueron tenebrosos por la falta de dinero, motivada por el pulso entre dos avaros: su suegro, Enrique VII, y su padre, Fernando de Aragón, que se resistía a enviar la dote para los segundos esponsales. Catalina vendió tantas joyas y vajillas que “ya no podía costearse sus elevadas necesidades”. El tormento finalizó súbitamente con el fallecimiento del rey inglés. Su hijo de 16 años decidió casarse de inmediato con su cuñada Catalina, de 23. “En comparación con su boda anterior, hubo cierta clandestinidad en la unión”, destaca el biógrafo. Sin embargo, tras ella llegó la fiesta. Catalina y Enrique vivían felices entre justas, torneos, fiestas y encuentros nocturnos. Pero la reina también tuvo un papel político: medió entre España e Inglaterra –dinamitado tras sucesivas traiciones de Fernando el Católico-, llegó a encabezar una ofensiva militar contra los escoceses mientras su marido hacía la guerra contra Francia y gobernó como regente. En 1516, tras varios abortos y bebés fallecidos, nació María, la única hija de la pareja.

767b548ca015bf1444032d462bd17981_1M

Catalina decidió hacer la vista gorda ante los devaneos sexuales de Enrique cuando comenzaron a llegar a sus oídos. Gestionó sus celos mejor que su hermana Juana hasta que al rey no le bastaron los escarceos. Tras 18 años de matrimonio –con su popularidad en aumento- Enrique VIII, deseoso de tener un heredero varón y un placer abierto con una sofisticada dama de su esposa llamada Ana Bolena, decidió plantar sobre la mesa la anulación del matrimonio por un problema de conciencia: ¡se había casado con la viuda de su hermano!

“Si Catalina hubiese aceptado el divorcio”, explica Giles Tremlett, “o el Papa se lo hubiera permitido, Enrique habría seguido siendo un católico muy fiel”. Sin la feroz resistencia de la española, es dudoso el nacimiento de la iglesia anglicana. El biógrafo opina que, como mínimo, no sería “tal y como existe hoy día con la reina de Inglaterra todavía como su jefa suprema”. Y aunque Catalina rozaba el fundamentalismo religioso –“no le habría importado morir como mártir”- , Tremlett niega que estuviese desequilibrada. “Era muy tozuda y algo perfeccionista. Su actitud impresionó a muchísima gente y asustó tanto a Enrique que no se atrevió a hacer lo que luego haría con sus otras mujeres (o sea, matarla)”.